Me encontraba sentado en la banca de un establecimiento de comida rápida, con la mirada perdida mientras la música de fondo llenaba el lugar. La ausencia de gente era más que notoria, pero a mis acompañantes parecía importarles poco, al igual que a mí.
Algo en el ambiente me hizo recordar aquellos días en los que la confusión del mundo que me rodeaba y la intriga sobre quién era yo inundaban mi ser.
Fue una mañana de diciembre, el frío aún no se disfrutaba en todo su esplendor y el viento se deslizaba como de costumbre por las calles de la ciudad haciendo creer que los arboles danzaban al ritmo de éste. Como cada mañana, desperté con la intensión de ir a entrenar y en efecto así fue. Mi rutina era la misma, se puede decir que me la sabía al derecho y al revés y, de cierto modo, no necesitaba ayuda (física, por lo menos) de cualquiera en ese lugar.
Desde que desperté noté que algo cambió en mí, necesitaba algo o quizá a alguien. Todos, en mayor o menor medida, necesitan ese algo o alguien, creo que es parte de ser humano, pero ese día sentí un vacío diferente, no quería algo nuevo, más bien parecía que algo en mí había decidido irse, dejarme sin más.
Cuando [E] llegó a saludarme lo noté, al ver sus ojos pude vislumbrar aquél vacío; lo noté porque no recordaba haberle hablado en mi vida, lo noté porque en ese momento no significaba nada para mí, lo noté porque no recordaba que lo que habíamos vivido juntos fuera real. En ese instante, para mí el pasado era solo un huracán de ideas difusas, para mí era algo que nunca pasó.
Nunca quise que se enterara, así que simplemente nunca le mencioné nada al respecto. Sentí que debía contarle a alguien, pero no lo hice. Aquel vacío aumentaba cuando me acercaba a mis conocidos o amigos, de una forma u otra, estar con alguien más me hacía sentir hundido en las profundidades de un abismo. Un abismo que yo mismo creé.
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